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Nadie puede vivir en la ciudad de España en la que mejor se vive
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'TRINCHERA CULTURAL'

Nadie puede vivir en la ciudad de España en la que mejor se vive

La gente se marcha de la ciudad con mejor calidad de vida de España y se muda a las que peor calidad de vida tienen. No es masoquismo, es la sociedad y la economía funcionando

Foto: 'Sweet home Vigo'. (Alain Rouiller/CC)
'Sweet home Vigo'. (Alain Rouiller/CC)
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Todos tenemos utopías, aspiraciones, horizontes perdidos: el mío es Vigo. Lo es desde que la OCU publicó un informe en el que la clasificaba como la ciudad con mejor calidad de vida de España. Desde entonces, Vigo es mi Innisfree. Con la diferencia que John Wayne volvía a sus orígenes irlandeses y yo no puedo volver a Vigo. En todo caso, marcharme. Esa es la razón por la que nadie puede vivir en la ciudad de España en la que mejor se vive: porque no se nos ha perdido nada ahí.

Pienso mucho en Vigo cuando estoy en Madrid. Es lo que hace todo el mundo en la capital, pensar en otras (ciudades). No en el Dinoseto ni las luces de Abel Caballero, ni siquiera en aquella boda en la que me lo pasé tan bien. En mi Vigo imaginado el cielo nunca es gris, al contrario de lo que cantaba Siniestro Total. Miro el informe de la OCU como el preso que lee una y otra vez las cartas de su novia y veo: seguridad, limpieza, educación, medio ambiente y contaminación. "Una de las mejores ciudades para familias con niños", dice.

Ahí está la clave de la felicidad, en no saber qué cambiarías para vivir mejor

Vuelvo a leer: seguridad, limpieza, educación, medio ambiente y contaminación. "Una de las mejores ciudades para familias con niños". Me dan igual la seguridad, la limpieza, la educación, el medio ambiente y la contaminación y no tengo hijos. Pero ahí está la clave de la felicidad: en no saber muy bien qué cambiarías de tu vida para vivir mejor, de tal manera que solo se te ocurren cambios superficiales. Qué suerte poder destacar que lo mejor del lugar donde vives son cosas que al resto le dan igual.

Lo que gusta de Vigo, supongo, es todo aquello en lo que los vigueses no reparan, como los peces que no saben que viven en el agua. Las cortas distancias, la cercanía física y emocional con los vecinos, el acceso a servicios, cultura y ocio. Un ritmo de vida más lento, desconocer la palabra estrés, una ciudad a escala humana, responder a las preguntas con otra pregunta. Incluso los cielos que no son nunca grises. Qué bien se vive también en Zaragoza, qué bien se vive en Bilbao, qué bien se vive en Valladolid, qué bien se vive en Córdoba y qué bien se vive en Málaga, las otras ciudades que aparecen en el top de la OCU.

El truco se encuentra en que quien vive bien en Vigo son los vigueses. Lo que olvidamos cuando leemos encuestas sobre calidad de vida urbana es que son los vecinos de cada ciudad quien las vota. Obviamente. Uno lee sobre lo bien que se vive en cualquier otra parte y se da cuenta de que para vivir bien ahí hay que ser de ahí. Un vigués en Vigo tiene familia, amigos, una red de contactos que ha establecido a lo largo de las décadas y, seguramente, trabajo. Para un vigués, Vigo no es una utopía, es su realidad. Para el resto, una utopía decepcionante.

A un madrileño en Vigo no se le ha perdido nada. Tampoco a uno de L'Hospitalet, de Dos Hermanas, de Teguise o del Puerto de Mazarrón. Uno hace las maletas, se marcha a Vigo buscando su calidad de vida y se encuentra sin amigos, sin pareja, sin familia, seguramente sin trabajo, pero con seguridad, limpieza, educación, medio ambiente y contaminación, eso a lo que uno da importancia cuando no tiene nada más en que pensar. Un vigués será feliz en Vigo y el resto, hará lo que pueda. Es tan obvio que conviene ponerlo por escrito: uno no decide dónde vive, sino que termina viviendo donde puede. La mayoría tenemos poco margen de maniobra.

El largo exilio español

Si pudiésemos seleccionar con absoluta libertad dónde queremos vivir, como si no existiese ni la sociedad, ni la economía, ni la familia, ni las relaciones personales, como si viviésemos totalmente desligados de nuestras circunstancias, todos viviríamos en Vigo y Vigo pasaría a ser un asco de ciudad. La realidad es que nadie sueña con marcharse a Vigo y nadie emigra a Vigo. No, la gente se marcha a Madrid y Barcelona, las dos ciudades con peor calidad de vida, según la encuesta de la OCU. No es sadomasoquismo, es que vivimos en una sociedad.

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Esa es la tragedia de la vida urbana moderna, la de no poder escapar de aquello de lo que querríamos huir. El sistema productivo y económico nos obliga desde hace décadas a mudarnos al agujero negro madrileño (o el barcelonés) de tal manera que emprender el camino opuesto es impensable. Una utopía. Que se lo digan a todos aquellos que se marchan de la capital y terminan volviendo más pronto que tarde.

Es lo que denomino el largo exilio español. Primero, desde las aldeas hasta las capitales de comarca o de provincia, donde las viejas familias de pequeños agricultores o ganaderos se trasladaron en busca de unas condiciones de vida menos duras que las del campo. Luego, desde esas capitales hasta la Capital con mayúscula, como le ocurría a los protagonistas de Surcos que llegaban a Lavapiés en los años cincuenta. Más tarde, y como no todo el mundo puede vivir en Lavapiés, desde el centro hasta los barrios. Y desde los barrios, hasta la periferia extraurbana. A Móstoles mismo. Eso sí, que Madrid no quede muy lejos.

placeholder 'All hail the Dinoseto'. (Juantiagues/CC)
'All hail the Dinoseto'. (Juantiagues/CC)

Donde no ha terminado nunca nadie es en Vigo. Para eso sería necesario un movimiento centrífugo y más tarde centrípeto: expulsar pero luego atraer, dispersar (una vez se abandona la economía agrícola) pero luego recoger en centros de mediano tamaño como lo eran las capitales de provincia que permitían una cierta calidad de vida. Lo que lleva ocurriendo desde hace décadas y solo se acentuará en el futuro es el movimiento totalmente opuesto, uno centrípeto y luego otro centrífugo. Todo el mundo es atraído hacia la capital, y una vez ahí, se dispersa alrededor, pero nunca demasiado lejos, sin poder escapar del influjo del Sauron capitalino. Esa es la estación final del largo exilio español.

La realidad es que de la ciudad con más calidad de vida de España se marchó gente el último año: 2.855 vecinos. Nadie se va a la ciudad con mayor calidad de vida, sino que huye. Ocurre lo mismo en Zaragoza, en Bilbao, en Valladolid, en Córdoba y en Málaga. Es lo que cuenta el sociólogo Sergio Andrés Cabello en La España en la que nunca pasa nada. Las capitales de provincia son ideales para vivir, pero para poder hacerlo, uno necesita amigos, familia, trabajo. Demasiadas cosas para el emigrante en busca de utopía. Son ciudades de suma cero: quien está, está bien, pero no es fácil estar allí si te falta algo de todo eso. Especialmente el empleo.

Todos, menos los vigueses, soñamos con Vigo porque todos necesitamos utopías

Los paraísos tienen aforo limitado porque todos somos esclavos de nuestras circunstancias laborales y orígenes personales, de nuestras biografías, que son las que nos llevan a ser quien somos, por mucho que pretendamos ser otras personas. Por eso tanta gente odia Madrid, porque les recuerda una y otra vez que no son nadie. Y por eso debe ser que los vigueses están contentos con Vigo, porque allí saben que son vigueses.

La gente no sabe que vive en paraísos. Todos, menos los vigueses, soñamos con Vigo porque todos necesitamos utopías. Pero cualquier correspondencia entre ese Vigo en el que seremos felices por siempre y el Vigo real es pura causalidad. Vigo no existe, Vigo es un estado mental en el que nadie puede vivir. Solo soñarlo. Cuando esté triste, soñaré con Vigo.

Todos tenemos utopías, aspiraciones, horizontes perdidos: el mío es Vigo. Lo es desde que la OCU publicó un informe en el que la clasificaba como la ciudad con mejor calidad de vida de España. Desde entonces, Vigo es mi Innisfree. Con la diferencia que John Wayne volvía a sus orígenes irlandeses y yo no puedo volver a Vigo. En todo caso, marcharme. Esa es la razón por la que nadie puede vivir en la ciudad de España en la que mejor se vive: porque no se nos ha perdido nada ahí.

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