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Calendario maya: el arte de ver las estrellas

CIENCIA Y TECNOLOGÍA

Calendario maya: el arte de ver las estrellas

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Eduardo Hernández Carrillo

De los calendarios mesoamericanos el más conocido es el maya, que se ha vuelto muy publicitado este 2012 por la supuesta profecía del fin del mundo... pero como veremos, casi todo lo que escuchamos son sólo malas interpretaciones y en cambio hay mucho más detrás de este sistema de medición.

Para la mayoría de nosotros, el calendario marca una sucesión de jornadas semanales, usualmente de cinco o seis días de trabajo y uno o dos de descanso, además de las vacaciones programadas para festividades como Navidad o Semana Santa. Pero ¿se ha preguntado qué pasaría si nuestra vida estuviera regida no por uno, sino por tres o cuatro calendarios, los cuales al mezclarse nos permitieran tener estructurada nuestra vida basándonos en la religión, las cosechas y la Astronomía? Esa era la idea que tenían los pueblos mesoamericanos sobre la medición del tiempo.

Anteriormente la división territorial y los distintos gobiernos determinaban sus propias reglas. Sin embargo el intercambio económico traspasó al cultural, fue así que las comunidades comenzaron a usar calendarios semejantes, elaborados principalmente a partir de los astros.

En la actualidad todos llevamos el mismo sistema calendárico (salvo contadas excepciones) y en esta sociedad globalizada podría ser impensable que existieran diversos almanaques y que cada pueblo se rigiera por uno distinto.

EN TIEMPO MAYA

A fin de entender el calendario maya es necesario hablar un poco de la cultura y cosmovisión de dicha comunidad. Para ellos, la concepción del Universo va más allá que el propio entendimiento, se trata de una visión global que involucra creencias, religión y por supuesto la mecánica perfecta de los movimientos de los astros. Esa estrecha relación de lo que veían y creían, generó un conocimiento vasto del cálculo del tiempo y una hermosa interpretación de la creación, basada en el rico entorno natural en que se desenvolvían.

Los mayas entendían el Universo como una compleja estructura de planos horizontales superpuestos, poblados de fuerzas sagradas. El cosmos, entonces, iniciaba con la parte superior o cielo, dividido en 13 niveles; la Tierra, representada como una plancha rectangular; y el inframundo, segmentado en nueve estratos. Los tres espacios cósmicos principales se dividen a su vez de manera horizontal en cuatro fragmentos o rumbos, asociados con colores y símbolos del calendario ritual; se podría decir que a manera de los cuatro puntos cardinales.

A su vez, los códices mayas (del latín codex, que interpretamos como ‘libro manuscrito’) son hasta el momento uno de los más valiosos registros escritos que poseemos del pueblo maya. Dichos documentos están elaborados con hojas extensas de papel amate, que se preparaban al aplastar las cortezas de un árbol del mismo nombre, y posteriormente se cocían en agua con cal y se extendían. Luego se escribía sobre ellos mediante tintas preparadas en tonos negro, rojo, amarillo y azul. Al final se doblaban como un acordeón en segmentos de aproximadamente 10 por 23 centímetros.

Lamentablemente sólo han llegado a nuestros días fragmentos de la amplia herencia cultural que pudieron dejarnos los mayas; con la Conquista y sobre todo con la evangelización, los manuscritos fueron destruidos por ser ‘negativos’ para el proceso de conversión, así que hasta nuestros días únicamente subsisten tres códices en buen estado de conservación, que llevan los nombres del lugar donde son albergados: Dresde, París y Madrid. Afortunadamente, una gran parte de ellos hablan de fechas, eventos y por supuesto, de los calendarios basados en las estrellas. Vale la pena analizar sobre todo los de Dresde y Madrid.

El Códice Dresde es una compilación muy rica en referencias astronómicas, sobre la cosmovisión, los rituales y la medición del tiempo, y es sin duda de especial importancia ya que fue la base para la comprensión del calendario maya y del registro de fechas históricas. El manuscrito consiste en una sola hoja, escrita por ambos lados y doblada en 39 segmentos. Entre los principales temas que contiene se encuentran secciones dedicadas a la deidad lunar, los ciclos de Venus vinculados al Sol y a la Luna, tablas lunares, un diluvio, rituales de año nuevo y de ciclos agrícolas, así como tablas de múltiplos de varios números. Por ejemplo, en las páginas 25 a la 28 muestra ritos asociados con el final del ciclo de 365 días y el inicio del siguiente.

En las páginas 46 a 50 incluye un calendario de Venus, lo que muestra que los mayas poseían un almanaque más complejo ligado a ideas ceremoniales. Es notable el peso que tenía Venus para ellos, que la conocían bajo varios nombres: Xux Ek o estrella avispa, Nok Ek, la gran estrella y sastal Ek, la estrella brillante. Venus está relacionada con Kukulcan entre los mayas, su equivalente Quetzalcoatl. En las páginas de Venus se encuentran cuatro columnas, con 30 de los signos utilizados en el calendario de 260 días llamado Tzolkin. Cada uno de esos signos representa el día en donde ha comenzado una posición particular de uno de los cinco periodos de Venus que complementan ocho años de 365 días.

A partir del Códice Madrid en “los cuatro sectores del cosmos”, se puede observar que en cada rumbo terrestre, y participando del color asociado, hay un árbol sagrado (la ceiba) y un pájaro también divino, los cuales parecen sostener la pirámide celeste, al lado de cuatro dioses antropozoomórficos, los Bacabes. Y en el centro de la tierra se yergue la “ceiba madre”, de color verde, cuyas raíces comunican el plano terrestre con el inframundo, y sus ramas penetran en el nivel espacial.

¿FIN O NO FIN?

Los mayas centraron la mayor parte de su conocimiento matemático en medir el tiempo, los movimientos de las estrellas y planetas; por ello, podemos ver una profunda mezcla de religión en sus cálculos.

Así pues, poseían varios almanaques que corrían simultáneamente. El Tzolkin o calendario sagrado con una duración de 260 días que a su vez se dividía en 20 meses con 13 numerales cada mes. El Haab que tiene 365 días (como el nuestro) pero dividido en 18 meses de 20 días, además se le sumaban cinco días adicionales llamados uayeb los cuales se consideraban nefastos y eran excluidos de los registros, aunque sí se tomaban en cuenta en la medición del año. El Tzolkin y el Haab volvían a coincidir con la misma fecha cada 52 años o 18,980 días. Para los mayas los días se le denominaban kin, los meses uinal y al año tun.

Ambos calendarios sólo medían lapsos de 52 años, por lo que necesitaban agregarles un indicador de línea de tiempo. Así pues, la cuenta larga marca ciclos de 5,125 años que según el arqueólogo John Eric Sidney Thompson, el número maya 0.0.0.0.0 (4 ahau 8 Cumkú) es equivalente al día 11 de agosto de 3114 a. C. O el inicio del mundo.

La pregunta es ¿qué pasará cuando el ciclo termine el 12.19.19.17.19 (3 Cauac 2 kankin) o 20 de diciembre de 2012? La respuesta es simple: 13.0.0.0.0 (4 ahau 3 kankin) o 21 de diciembre de 2012, nada más.

Para esta cultura el cálculo de los días era esencial, sin embargo en ninguna estela o códice se ha encontrado alguna profecía del fin del mundo, sólo interpretamos el término de una cuenta para iniciar otra más. Muchos de los pueblos mesoamericanos utilizaban sistemas parecidos, el porqué era más que nada una cuestión social y religiosa, pues los estrechos lazos entre la observación del cielo y los cambios en la Tierra dieron pauta para generar esos calendarios.

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