“Para los habitantes andinos todo lo que existe se constituye en una unidad, que está formada por las estrellas, el sol, la luna, los seres humanos, los árboles, los animales, las montañas, los ríos, las rocas, etc. Todos estos elementos tienen vida y establecen una relación constante y permanente. Así para mantener una armonía en la relación del hombre con la naturaleza, era necesario un constante dialogo entre todos los elementos de la naturaleza y los seres humanos”.
De esta forma, Luis Ribeiro de la Universidad de Lisboa, resume magistralmente en ‘El Agua en Las Civilizaciones Inca y Pre-Incas: Mito, Ciencia y Tecnología’, el pensamiento y espíritu humano-ecologista de los antiguos peruanos, que tanto necesitamos ahora en estos momentos aciagos en el que la naturaleza a través de imprevisibles y devastadores fenómenos climatológicos reta a la ciencia y crea la incertidumbre global sin distinguir países pobres o ricos, luego de casi trescientos años de inmisericorde explotación y contaminación del planeta debido a la predominancia de un sistema basado en la acumulación de capital sin límites y escrúpulos.
El estudioso portugués agrega además algo muy importante: “El fundamento de ese diálogo era la reciprocidad. Si yo quiero que la naturaleza se porte bien conmigo, yo debo portarme bien con la naturaleza. Si falto este deber primero, la naturaleza se rebelaría contra mí y vendrá por consiguiente todo tipo de catástrofes y desgracias. Este pensamiento resume la cosmovisión de la cultura andina. Resulta obvio que se trata del pensamiento más ecologista que jamás desarrolló cultura alguna hasta la fecha”.
Y tiene mucha razón. La invasión española a América intentó desaparecer esta visión del mundo formada en más de cinco mil años de sincretismo de diversas corrientes de pensamiento costeño-andino-amazónico aparecidas tres siglos a.C. en la parte occidental de América del Sur, cuya aplicación en la historia medioambiental en esta parte del planeta ha demostrado mucha capacidad de resiliencia contra los efectos de la variabilidad climática, problema recurrente y cíclico, y la contaminación.
La cosmogonía inca, pese a la imposición a sangre, sable y fuego de la cultura occidental europea, ha sobrevivido trasmitiéndose de generación en generación en numerosas regiones y comunidades étnicas de Ecuador, Bolivia, Colombia, Argentina, Chile y en especial en Perú. Ante el olvido del Estado y su poca presencia, los originarios de América se han aferrado para subsistir en una geografía agreste dominada por los Andes, el continuar ser amigos de la naturaleza, dotándose de alimentos, abrigo, energía y protección, sin alterar el equilibrio sociedad y medio ambiente, hermanándose con su entorno y biodiversidad.
Las circunstancias ecológicas actuales y estudios científicos recientes demandan rescatar, aplicar y conjugar con la ciencia y técnica actual, incluyendo la Inteligencia Artificial (IA), este saber y práctica verde indígena que tiene infinidad y múltiples expresiones en antiguas sociedades de los cinco continentes del planeta, unas con más o menor incidencia ecológica. La infraestructura natural, la economía verde y circular y otras tendencias verdes requieren poner en valor el conocimiento ancestral como uno de los recursos más accesible, de bajo costo, limpio y efectivo frente al cambio climático.
“La cultura andina en general y la incaica en particular desarrolló el concepto cultural de la obligación del hombre y la mujer en cuidar y proteger a la naturaleza. Para ello era necesario mantener la reciprocidad entre ambos”, sostiene Ribeiro. Si no aprendemos de nuestra historia, volveremos a cometer los errores del pasado, y la Tierra no soporta más inacción global por parte de los seres humanos. Iniciemos ―o por lo menos intentemos― la transición ecológica con desarrollo sostenido y justicia social.